Erzurum, Turkía.

A punto de dejar mi hotel en Erzurum rumbo a Kars, cerca ya de la frontera con Georgia, siento como si estuviera en un punto de no retorno. Hace casi un mes que salí de casa y se me ha pasado volando y eso es en parte porque no he parado de rodar en todo este tiempo.

Mi salida se retrasó porque mi santa madre se rompió una pierna en las semanas finales de mis preparativos, cuando ya tenía los visados solicitados para Kazajistán y Uzbekistán. Así que toda la parte de Europa la he tenido que hacer mucho más rápido de lo que esperaba.

A cambio he ido más despacio en Turquía (tampoco mucho más), porque he decidido no cruzar el Mar Negro con el Ferry de Trabzon a Sochi, que no tiene un funcionamiento regular y toda la información que recibo sobre él, es confusa. En su lugar, entraré en Rusia por Georgia, por un paso fronterizo que abrió hace dos años para aliviar la presión sobre la economía local y que según todas mis pesquisas funciona ya de manera regular para todas las nacionalidades.

Mis últimos días en territorio kurdo al este de Turquía me han quitado poco a poco la sensación de familiaridad con todo lo que me rodea y me han ido introduciendo en un mundo en el que todo lo que tengo es todo lo que llevo conmigo y todos en los que puedo confiar son personas que conozco en el camino.

Con la promesa de unos neumáticos nuevos enviados por un contacto en Moscú a miles de kilómetros de aquí y la esperanza de que la carretera militar georgiana que lleva a Rusia no sea tan dura como maravilloso resultará su paisaje, pongo hoy rumbo a Kars donde haré dos noches para visitar las ruinas de la ciudad fantasma de Ani, cerca de la frontera con Armenia.

Todo bien. Todo correcto 🙂